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Cuánto vale una estación

Publicado: 2010-11-23

Sábado noche. O viernes a partir de las veintidós horas y, si lo prefieres, también un jueves a medianoche o minutos menos. O miércoles pero mejor viernes. Lo verás. Despierto hasta la 1.30 de la mañana, el metro de Madrid es uno de los grandes personajes que arrastra a miles de otros personajes durante aquellas horas entre sus entrañas, vagones, andenes, escaleras, descansos y, específicamente, camino a las estaciones del centro de la ciudad. Sol. Callao. Alonso Martínez. Tribunal. Así, durante unos pocos minutos nocturnos confabulan grupos compactos, pocos se desperdigan, de jóvenes y no tan jóvenes que prácticamente se estacionan dentro con botellas de ron, ginebra, más ron y cola y bolsas de hielo. Pocos son los que ocultan las botellas o latas de cerveza cual película de bandas de los ochenta. Deambulan sí los conocidos mini (grandes vasos blancos llenos de cerveza o vino con gaseosa o whisky con gaseosa y más) que pasan de mano en mano, de boca en boca y de sílaba en sílaba que en cada segundo, por supuesto, revientan más desinhibidas cada una de las escenas y los altavoces que te dicen dónde estás.

Rostros sonrientes, altaneros, despreocupados, gritos, cantos, exhibicionistas, casi fogatas, corresponsales de guerra, primerizos, qué pasa tronco, arengas, hinchas, bufandas y camisas, guitarreros, invisibles, suelo mojado, provocadores o desahuciados se encuentran y entremezclan entre los vagones, se saludan o se ignoran pero se divierten y se retan y hacen de este espacio un cónclave pasajero para lo que vendrá o está un domingo por terminar. Violento no es. Ameno a veces. Interesante e incierto. Y, con certeza, efusivo e infectante. Son escenas sin final. O uno debe bajar junto con el resto y coincidir horas después en algunos cafés o bares o en alguna otra esquina, lo que nunca se sabrá porque, claro está, habrás olvidado las señas de los rostros, o aún te quedas estaciones dentro mientras el resto ya ha escapado con bolsas plásticas y un tanto sonrojadas por no tener el temor de no continuar. Anclados, adorados, espiados. Arremangados. Tiempo que dura más.

Pero a pesar de todo, siempre se te clava entre los ojos la tormenta de no poder alcanzar tantas historias elegantes por venir o por retomar. O mejor beber. Ya no será así. Porque el metro seguirá, una y cada vez cada fin de semana, más cerca de fiestas y más lleno de una y ocho mil historias por conciliar y saludar entre el anonimato o la conversación y el vodka. ¿Por qué no?


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La noche olivastra

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