#ElPerúQueQueremos

non nominatum

Publicado: 2010-10-30

Fue muy rápido. Sólo bastó dar tres pasos dentro en una oscura tarde, ya casi noche, para darme cuenta cinco metros después de que este buen personaje tenía mucha más vida en la oscuridad. Sus movimientos varían, claro que sí, y su calma es más pronunciada. Es más retraído por momentos y al parecer va cansado.

Era miércoles 27 de octubre. Estábamos, porque casi siempre somos dos, caminando por calles tranquilas, muy transitadas por nosotros, entre tiendas en las que quizá nunca entre y puñados de gentes que nacen en cada esquina. Eran las 19.35 o un poco menos, pero debía estar a las 20.00 horas unos dos kilómetros allá para por primera vez alojarme detrás de una barra de bar con el fin de recaudar, entre todos los colaboradores, algo de dinero para el primer tiraje de Papel de Fumar Ediciones. ¿Vamos por El Retiro? Como en otoño es para mí un ser que su presencia no tomo en cuenta, pensé que al cruzar por sus tierras encontraría lo mismo de siempre y no tendría por qué pensar en otra cosa si no en cómo se sirve una cañita madrileña. Entramos. Sí. Unas cincuenta o cien personas corriendo o haciendo ejercicio o paseando a sus perros, hijos muy pequeños, algunos sueltos y algunas pajeras besándose. Bicicletas. Patines veloces. La policía patrullando en silencio. Todo igual hasta que este hombre ya de varios siglos empezó a absorber la poca luz que quedaba y la artificial.

Sin pudor alguno, la natural se dejaba caer, indefensa pero a la vez enfurecida, hallando fuerzas en sus últimos minutos con la intención, creo, de develar la naturaleza de ese gran ser por el que entonces caminábamos. La artificial al parecer no tenía ánimos de luchar y se mostraba ajena, apagada. Entonces lo vi.

Había caminado unos minutos ya con esa pregunta. Los rostros de quienes estábamos allí empezaron a cambiar, a volverse desconocidos, a mal borrarse. No se distinguía el tamaño de la nariz, color ni corazón. Aún así, muchos seguían corriendo, otros encendían las luces de sus bicicletas, otros pocos practicaban piragüismo y algunos entre caminos ya negro exiliado se disfrazaban de valientes amantes. Pero no sabía si iban cansados, tristes, asustados, conmocionados de alegría, enamorados.

Nos detuvimos unos segundos. Los patos del estanque principal sí se dejaban ver. Iban coquetos al igual que el césped, el olor a marihuana, la única mesa ocupada en la terraza de un bar cerrado. Casi las ocho, ya oscuro total y nadie podía ser de nadie. Ni una mirada cabía. Majestuoso El Retiro inflaba el pecho y dejaba ver el poder de anonimato y atracción que entregaba a sus convidados nocturnos. Gratos y arrebatados minutos de destierro en la noche fría madrileña.


Escrito por


Publicado en

La noche olivastra

Otro blog más de Lamula.pe