#ElPerúQueQueremos

Gin, pimienta y flor

Publicado: 2010-10-21

Ocho y veinte de la noche. Había estado encerrado una hora y quince minutos en los vagones de varias líneas de metro y no podía, ese día, estar un segundo más bajo tierra. Agobiado y vacilante, claro está, subo por Plaza de España, antes de mi destino oficial. Decido entonces caminar por la Gran Vía. Empezar a pensar, a saber qué puedo hacer esa noche. Llamar a alguien en ese momento no era una posibilidad, por lo que dos calles cuesta arriba comencé a saborear el recuerdo de andar solo por una ciudad que uno poco conoce. Tan solo bastaron unos metros para saber adónde ir. Uno de los grandes personajes de la noche que nunca se esconde en Madrid, ni siquiera cuando el Año Nuevo empieza a anunciarse, es la Casa del Pez, en Malasaña. De padres polacos y españoles, de cinco metros cuadrados de ancho arriba y con una habitación mucho más amplia en el sótano, tiene y tendrá una de las barras en las que puedo olvidarme de mi existencia sin tener que buscar pareja o trío que me acompañe o me consuele. No hallo razón para sentirme solo, todo lo contrario, porque tanto Dani como Adán o su hermano que estuvo muchos años en el ejército se acercan, te cuentan, ¡hombre, cuánto tiempo!, te examinan, te dicen cuántos días han pasado en el calendario, muestran sus tatuajes, la esquina de los acordes o la pared que negra entera y a la izquierda se transforma cada cierto tiempo, según la sugerencias del graffitero o pintor que guste a ellos. Comenzó a andar sin nombre, vendiendo todo tipo de alcoholes y colocando en la única pequeña mesa que resiste a diez centímetros de la calle, antes eran tres, unas tapas excelentes, enormes, quizá un jamón serrano fabuloso con cuatro tipos de queso o un salmorejo o una tortilla de patatas entera, grande, y, en el peor de los casos, papas fritas o popcorn. ¡Hombre, qué pasó! Nos falló la cocinera, chaval. Comenzó así. Señor alegre, tímido, amigable, distraído. Estaba cerca de mi casa. Y cuando sentía que correr y estrellar el cuerpo contra los cristales de una vitrina no iba a ser suficiente, caminaba un par de calles y allí los encontraba o esperaba impaciente a que abrieran. Hoy me he alejado de la Casa del Pez pero la recuerdo aun sabiendo que más tarde me encontraré allí de pie, bebiendo distraído, convencional. Ahora es ya un joven de 30 amable que se ha especializado en ginebras. Que alegre te sugiere, te advierte, te dice qué va a suceder dentro el fin de semana siguiente. Después te invita a su casa para que pruebes la última botella de ginebra que le ha llegado o te prepara aquella que debe ir con pepino o pétalos de rosa, o ésa que va sola, muy fuerte pero sola. Ésta con pomelo y aquella siempre con pimienta. A la de aquí, Fran, la vainilla le queda cojonuda. Y échale esta tónica que por un eurito más vas a tomar una maravilla. En fin, aquella chica de Malasaña tiene Hendrick’s o Blue Ribbon y muchas más. Sí, cambió. Como todos. Como debe ser en esta ciudad. Hace dos años se presentó y fue un grato abrazo. Hoy te espera siempre con un abrazo de colega. Y un gin tonic. Con tres hielos, por favor. ¿Pero qué dices? ¡Anda que...!


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La noche olivastra

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